Khephren: Más que un jersey

No elegí la camiseta. La camiseta me eligió.

Soy de Brooklyn. Mi padre me llamó Khephren —sí, como el faraón—. No por amor al Egipto antiguo, sino para recordarme: el poder no viene de una camiseta, viene de levantarte cuando nadie cree en ti.

Mi primer deporte no fue el fútbol. Fue la cancha tras nuestro edificio a medianoche — la pelota rebotando en asfalto agrietado, las zapatillas gritando más que cualquier árbitro.

Cuando preguntan si apoyo a los Lakers? No digo ‘sí’. Digo: ‘Son mi espejo.’ Mi padre no me crió para alabar a Kobe Bryant. Me crió para ser él cuando nadie más lo haría.

¿Fútbol? Nah.

¿Crees que me importa la Juventus? ¿Los Euros U21? Nah. No entrenamos en campos de hierba. Entrenamos en hormigón con sudor y silencio.

La Liga de Campeones? Demasiado pulida. La Copa Mundial? Demasiado guionada. Pero cuando Luka (sí, ese Luka) anota en tiempo extra contra un equipo que cree que posee el juego… es cuando ves la verdad.

Los Faraones No Cambian de Camiseta.

Me han preguntado: ‘¿Por qué no cambias de equipo?’ Ríe. La última vez que alguien preguntó si cortaría mi pelo por lealtad? ‘Absolutamente no.’ Mi nombre no es moda — es linaje. La camiseta se desvanece más rápido que tus expectativas — pero tu identidad? La cancha te recuerda mucho después de que se apagan las luces.

Esto no es solo análisis deportivo. Es supervivencia con zapatillas.